Ideas

Solo amor

Todo cambió el día en que decidí dejar de “forzar mis opiniones en otra gente”, es decir, compartir lo que pensaba.

Quería amar a todos los que me rodeaban por igual, creyeran lo que creyeran, pero sin ofrecer opiniones honestas y sin usar la palabra que mejor define a mi corazón: católico.

Desde los diecinueve años me envolví locamente en una comunidad católica, y fue la mejor decisión de mi vida. Conocí grandes amigos, cambió el rumbo de mi vida, estudié cosas nuevas, entré a una búsqueda profunda de verdad por medio de la filosofía, viajé. Ello conllevó la pérdida de algunas amistades, pero el que se va nunca fue amigo.

Hace un par de años decidí dejar de ser tan abierta, de gritar de todos los techos quién es mi Dios, de guardarlo en un secreto mío con mi familia y comunidad, y allá afuera solamente intentar ser una buena persona. Me habían pasado dos cosas antes de esto:

Que las personas vieran mis debilidades, mis lágrimas o mi sed de justicia como falta de fe y emitieran juicios. Antes me afectaban, ahora solo digo: por eso voy a la Iglesia, porque no soy perfecta, y así me ama Dios.

Y que pensaran que yo era una persona cerrada a las nuevas realidades del mundo. Pero, si llego a juzgar a alguien, soy yo quien está mal. Dios se sirve de pecadores, no de “perfectos” fariseos.

La solución parecía clara: no digo nada y se acabó el problema. Mi relación con Dios es mía y no tengo por qué andarla mostrando.

Pero no fue así. La gente que me rodeó terminó proclamando su burla en voz muy alta hacia lo que creo y amo, y aunque no se trata de tomarlo personal, duele. Es como si tus amigos hablaran sandeces de tu madre frente a ti y esperaran que agregaras tu parte de insultos.

Ser católico es creer en algo más grande que uno mismo, apegarse a la palabra y tradición para entender algo que no tenemos la capacidad de definir solos, buscar sin a prioris, encontrar respuestas y saberse amado y finalizado por el creador.

Sí hay gente que cree por otras razones, que imponen en su alrededor ideas que tal vez no sean verdaderas, que juzgan sin ver sus propios errores, y se llaman católicos. Gracias a Dios, yo he conocido el otro lado.

Aunque sigo queriendo a quienes me rodean, crean lo que crean y hagan lo que hagan, y creo firmemente que la bondad no es exclusiva de la fe católica, no quiero seguir permitiendo que me envíen sus memes blasfemos a mí, que me hagan partícipe de conversaciones en las que no tengo por qué estar.

Soy católica, amo mi credo, muchos de mis mejores amigos son o serán sacerdotes o religiosas (no uno o dos, muchos), creo en la Iglesia (pese a los defectos humanos, sí), la amo y busco obedecerla (para mí la obediencia es un tesoro, que no me quita libertad, pero eso es otro tema), he participado en coros desde hace muchos años y ahora tengo la dicha de estar en uno, amo la misa, la adoración y todos los sacramentos. Unos tratan de beber suficientemente agua todos los días, yo busco rezar el rosario. He participado y visto a muchas personas entregarse en la lucha contra la pobreza, la enfermedad y la desesperación.

Creo en el valor del embrión humano, y eso no hace que deje de creer en los derechos de la mujer. Creo en la voluntad perfecta de Dios, aunque no la conozca. Creo en la libertad que Dios nos da a todos.

Creo en el amor, no en usar a las personas, no en la banalización de las relaciones. Creo en el sexo como sagrado vínculo afectivo, no como herramienta para hacer chistes vulgares.

Creo que ser católico es asumir que somos la Iglesia, y que tenemos que ser parte de la solución para sanarla, no solamente señalar las fallas.

Creo en el respeto como el primer paso para la amistad incondicional. ¿Puede ser mutuo entre creyentes y no creyentes?

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