Ámense los unos a los otros

No tengo idea de lo que significa crecer con discriminación, salir a la calle con miedo por el color de la propia piel, verse obligado por una sociedad a abandonar los nombres, vestimentas y formas de actuar propias de la familia para encajar. No tengo ni siquiera idea de cómo hablar de racismo, pero creo que debe hacerse porque callar es peor. Mi experiencia es ver a gente que teme ser conquistada como antes conquistó, y que se le imponga algo distinto a lo que cree. Un error gravísimo que puede dar luz sobre el problema.

Una vez llegué con una maleta de 23kg a una comunidad muy extraña. Todos se vestían igual, todos hablaban igual, todos parecía que pensaban igual. Mi acento distinto generaba discordia. Mis jeans desentonaban, mi maquillaje escandalizaba. Y cuando logré poner mis pensamientos en frases en su idioma, fue una catástrofe.

Se trataba de un grupo que frecuentemente me advertía sobre hablar con extranjeros, y que criticaba a todos los que no seguían sus normas. Un grupo que hacía generalizaciones como las que se hacen en este continente sobre el crimen y la migración. En realidad era un grupo que temía.

El temor a lo nuevo o a lo distinto no puede ser parte de las costumbres de ningún grupo. Hoy tristemente veo a mucha gente esparciendo estos miedos con la idea de que “quieren manipular nuestras creencias”. Cuando una creencia es verdadera, no cambiará por la llegada ni los cuestionamientos de alguien, al contrario. La prueba fortalecerá la verdad.

Crecí pensando que es una ventaja aprender del extranjero. Que mi labor era acoger a los nuevos en la escuela, que los idiomas eran para aprenderse todos, que las culturas para entenderse y tomar lo mejor de cada una.

La llegada de nuevas ideas nos ayuda a crecer en muchísimos aspectos. La diversidad nos enseña a salir de nosotros mismos, a amar más.

Por tanto tuve maestros de todas las razas, de distinta fe. Cuando estudiaba fuera de mi país me sentía afortunada de todo lo nuevo que vivía en compañía de gente tan distinta a mí. Tuve el gran privilegio de estudiar en un programa internacional, con compañeros de cada rincón del planeta. Aprendí que podía hablar de religión y costumbres sin intentar convencer a nadie y sin que nadie intentara convencerme. Aprendí a amar a las personas por sí mismas, para unirnos por nuestras semejanzas y que no nos separaran nuestras diferencias.

¿Que hay maldad y mentira? Claro. Pero eso no viene por el origen de las personas. ¿Hay ignorancia y fanatismo? Demasiada, y eso es culpa de los sistemas que todos creamos, y que tenemos la obligación de corregir.

Nos urge entender que la lucha de unos no demerita la de otros. Que gritar que unas vidas importan, no hace que dejen de importar las demás. Que hartarse de un tipo de violencia, no justifica los demás. Que el vandalismo de uno, no es el vandalismo de miles.

Cada ser humano sin importar su idioma, creencias o color, tiene el deseo de ser feliz. Cada ser humano ama, y quiere hacer felices a los que ama. Cada ser humano ha llorado, ha sufrido. No todos tenemos la misma historia, pero tenemos la capacidad de escuchar y ponernos en el lugar del otro para entenderla.

Quise abordar este tema primero a partir de lo que tenemos todos en común: experiencias humanas. Pero ahora quiero dirigirme especialmente a los creyentes: Dios nos creó a todos. Jesús murió por todos. Nos mandó amar a todos. Cada comentario despectivo, cada discusión sin bases, cada comparación irrelevante de cifras, cada vez que callamos, son un pecado grave contra ese mandamiento, porque nos estamos frenando en el amor. Cada teoría politizadora es un pecado de mentira.

Lo único que tiene que importarnos en todo esto es el mandamiento de Jesús, y cómo llevarlo a cabo.