-¿Por qué escogiste el patinaje artístico? -preguntó mi terapeuta.
Reflexioné un momento. Nunca hubo una razón específica. El patinaje era pasión, era fuerza, era arte, era expresión, era todo lo que podía hacer que mi corazón latiera como lo hacía cuando patinaba. Mi adolescencia cobró sentido sólo gracias al patinaje.
-No lo sé, por muchas cosas: me sentía bonita, sentía que era buena en lo que hacía.
Desde ese día de 2018 hasta hoy, volví a patinar solamente tres veces. Mi terapeuta se enfocó en mi poca facilidad de palabra para explicarme que empecé a patinar por verme bien para otros, no para mí. Dio a entender que yo tenía un deseo no saludable de complacer a los demás y de alzar mi autoestima.
Resultó que no tenía las credenciales para dar terapia. Su licenciatura era en artes, y había tomado un diplomado en una rama controversial de la psicología. Personalmente cargaba con gran bagaje de prejuicios y no sé si un terapeuta tenga el requerimiento de la empatía, pero definitivamente tienen el deber de no juzgar a sus pacientes.
En pandemia empecé a hacer ballet clásico. Me convencí de que necesitaba algo de muy bajo impacto que me ayudara a mantener mi cuerpo activo, así que compré el curso introductorio en línea de Lazy Dancer Tips y fue muy reparador y revelador:
Estaba yo haciendo mis pliés en la barra de la cocina, sintiendo el ácido láctico intentando detener mis movimientos, sin pensar ni un poco en conceptos como gracia o líneas. En ese momento me vio mi mamá y se emocionó. Me dijo que me veía muy bonita, su rostro se llenó de una dicha que hace mucho no había visto. Yo no me vi en un espejo, pero entonces empecé a recuperar esa sensación en mis extremidades, alargando como si no tuvieran límites, explotando mi inexperta y aún poca fuerza como si fuera una prima ballerina, elevando más, creyéndome precisamente merecedora de posturas y pasos que sé perfectamente bien que son bellos.
Dejé de encorvarme para permitirme ocupar mucho espacio.
¿Es eso sinónimo de baja autoestima? No lo creo ni por un segundo. Tengo mis inseguridades claro, pero yo las creía en otras áreas. ¿Será que verme bien es egoísmo? Solamente Dios sabe cuánto amo, cuánto doy a quienes amo. Una cosa no tiene nada que ver con la otra. ¿Será una inseguridad el intentar no verme bonita? ¿El apagarme para que otros no crean que quiero resaltar?
“¡A la chingada con eso!” diría la voz de la sabiduría en mi cabeza. Es hora de caminar erguida, de bailar, de patinar, de ponerme aquello que me sienta bien, de sonreír… que no fui creada para empolvarme en prejuicios ajenos.
Y luego pensé en un maestro de mi diplomado de filosofía, que habla de la belleza con la objetividad de un científico y la pasión de un poeta; en el encuentro de Benedicto XVI con los artistas; en el contenido de Moni… no es un problema buscar la belleza en todo, ni siquiera en una misma, lo que es un problema es ofenderse por ella.
